EN MI SOLEDAD

martes, 20 de julio de 2010

Me acuerdo de mi padre

Hace poco tiempo me preguntaron en una entrevista que yo, de joven, como recordaba a mi padre. Lo primero que se me vino a la mente es que lo recordaba trabajando, si, trabajando, siempre trabajando. Se pueden decir muchas y muy buenas cosas de mi padre, pero desde luego que siempre estaba trabajando. Tanto trabajó mi padre que yo ya nací cansado, ja, ja, ja.

El trabajo de mi padre ha marcado mi vida ya que decidí seguir sus pasos y hacerme carpintero. De niño no solo quería ser carpintero como él, siempre quise imitar sus gestos, su postura, su lenguaje y sobre todo el movimiento de sus manos al emplear las herramientas, esa manera de utilizar el formón al hacer una hendidura para la bisagra, o ese manejo del gramil, o la forma de golpear el cepillo o la garlopa para darle o quitarle diente…Muchas veces estoy realizando cualquier trabajo y me detengo un momento porque he visto las manos de mi padre reflejadas en las mías, lo que fue un deseo de niño hoy es una realidad. Si, muchas veces los deseos se cumplen.

Siempre pensé que mi padre era alguien importante no solo en su empresa sino fuera de ella, pensaba que era una persona sabia, que lo es, era una persona admirada y respetada por su trabajo, y esto lo pensaba porque le llamaban “MAESTRO”. ¿Algún día llegaré a ser yo un maestro como mi padre?... Pues hoy en día puedo decir con orgullo que me llaman “maestro”, como a mi padre. Aunque nunca llegaré a tener su maestría, desde luego.

Actualmente me acuerdo mucho de mi padre ya que estoy trabajando con dos viejas amigas suyas, para mí son como de su propiedad, o al menos tengo esa sensación, una es la “regruesadora” y la otra la “sierra de cinta”. Me acuerdo que al entrar al taller, donde él trabajaba, la primera máquina que te encontrabas era la regruesadora, mas adelante había otras que ya desaparecieron y la última era la sierra de cinta donde casi permanentemente estaba mi padre, con su gorrilla blanca y su mandil. Siempre nos sonreía cuando nos veía aparecer, le dábamos un beso y yo lo veía como un tótem vivo, como un ídolo.
Ahora me encuentro yo frente a esas máquinas, y me siento con la obligación de cuidarlas y mimarlas como si se tratara de unos objetos valiosos que hubiese heredado de mi padre. Las miro y me pregunto: ¿Cuántas veces habrá cambiado mi padre la cinta?, ¿Cuántas veces habrá movido de un lado a otro el soporte?, ¿Cuántas veces habrá limpiado y engrasado estas viejas máquinas?... ¿cuántas veces habrá leído este sucio cartel que pone “-PELIGRO- CUIDA TUS MANOS”?...

Gracias papá por hacerle caso al cartel.

La verdad es que no me esperaba encontrar las máquinas tan igual a como las recordaba, y es que, en este larguísimo periodo de tiempo, las han cuidado y limpiado tan poco que incluso llegué a emocionarme cuando descubrí unos números escritos, inequívocamente, por mi padre, sí, sin duda después de tantísimo tiempo se puede distinguir su peculiar forma de hacer los números, como ese siete con tupé.

No hay mayor orgullo para un hijo que parecerse a su padre, y yo me siento muy orgulloso de parecerme, aunque solo sea un poquito, al mío. Me siento muy orgulloso de tener un padre como el que tengo. Y cuando yo sea mayor me gustaría ser como mi padre.