Aquí, en mi tierra, los días de primavera suelen ser claros y soleados, pero aquel día tenía una luz especial, el sol lucía como nunca, la temperatura era la idónea, muy agradable, yo estaba allí, en una esquina de algún lugar conocido, estaba feliz, esperando, apareció él, descendiendo del cielo se acercó sonriente, me dio un beso y nos elevamos los dos, me invadía un bienestar especial, recorrimos juntos una corta distancia cuando se detuvo, descendió y al momento éramos tres surcando bellos paisajes, lugares que nos provocaban una agradable añoranza. Íbamos saludando a gente querida: a mi padre, a mi hermano Abelardo, a “Poli”, a “Antoñín” y a otros familiares queridos, aunque a mi madre la veía como traslucida, transparente, luminosa, pero nos saludaba eufórica radiante de felicidad.¿Y Carlos?... ¡ah! Estaba a mi lado, era el otro que él recogió. Juntos los tres recorrimos durante todo el día lugares nuevos y otros conocidos, charlando como si quisiéramos decirnos muchas cosas en poco tiempo. Estábamos tan a gusto que no nos dimos cuenta que ya empezaba a oscurecer, y con la noche vendría nuestra separación.Carlos descendió tras despedirse de él con un “Hasta siempre querido hermano”. Yo empecé a descender, mientras la noche avanzaba rauda, él ascendía a la vez que su imagen se tornaba borrosa, como una foto mal hecha tirada al fuego. “Adiós, adiós querido hermano, adios JUAN DE DIOS, te querré siempre".Cerca del suelo el descenso se hizo bronco, súbito, y entonces me desperté desconcertado en mi cama, con una rara sensación de bienestar y contento por el sueño experimentado y por el contrario con una amargura y pesar el darme cuenta que en realidad mi hermano yacía difunto en el tanatorio.Conforme fue creciendo fue transformándose en un hombre bueno y correcto, serio y bondadoso, trabajador y responsable, a pesar de los palos que le iba dando la vida, corta vida, vida desgraciada, solo él sabe cuánto sufrió para querer apartarse de ella en más de una ocasión.No tengo intención de narrar sus desgracias, que fueron muchas, pero sí me gustaría ser creyente por un momento y poder gritar fuerte: “DIOS: NO ERES DIGNO DE QUE MI HERMANO LLEVASE TU NOMBRE, si..., como predicas, eres todo bondad, benevolencia, ternura, generosidad, y además eres todo-poderoso… ¿en qué has empleado tu poder?, ¿en ensañarte con mi hermano?... No eres justo, para mí no eres nada”.Me cago en “Corea de Huntington” y otras cosas. Solo quisiera que los recuerdos que tengo de mi hermano no se tornaran nebulosos como estas fotos borrosas. Refrescadme la memoria por favor, no dejeis que se quemen en el fuego.
Aquí, en mi tierra, los días de primavera suelen ser claros y soleados, pero aquel día tenía una luz especial, el sol lucía como nunca, la temperatura era la idónea, muy agradable, yo estaba allí, en una esquina de algún lugar conocido, estaba feliz, esperando, apareció él, descendiendo del cielo se acercó sonriente, me dio un beso y nos elevamos los dos, me invadía un bienestar especial, recorrimos juntos una corta distancia cuando se detuvo, descendió y al momento éramos tres surcando bellos paisajes, lugares que nos provocaban una agradable añoranza. Íbamos saludando a gente querida: a mi padre, a mi hermano Abelardo, a “Poli”, a “Antoñín” y a otros familiares queridos, aunque a mi madre la veía como traslucida, transparente, luminosa, pero nos saludaba eufórica radiante de felicidad.
¿Y Carlos?... ¡ah! Estaba a mi lado, era el otro que él recogió. Juntos los tres recorrimos durante todo el día lugares nuevos y otros conocidos, charlando como si quisiéramos decirnos muchas cosas en poco tiempo. Estábamos tan a gusto que no nos dimos cuenta que ya empezaba a oscurecer, y con la noche vendría nuestra separación.
Carlos descendió tras despedirse de él con un “Hasta siempre querido hermano”. Yo empecé a descender, mientras la noche avanzaba rauda, él ascendía a la vez que su imagen se tornaba borrosa, como una foto mal hecha tirada al fuego. “Adiós, adiós querido hermano, adios JUAN DE DIOS, te querré siempre".
Cerca del suelo el descenso se hizo bronco, súbito, y entonces me desperté desconcertado en mi cama, con una rara sensación de bienestar y contento por el sueño experimentado y por el contrario con una amargura y pesar el darme cuenta que en realidad mi hermano yacía difunto en el tanatorio.
Conforme fue creciendo fue transformándose en un hombre bueno y correcto, serio y bondadoso, trabajador y responsable, a pesar de los palos que le iba dando la vida, corta vida, vida desgraciada, solo él sabe cuánto sufrió para querer apartarse de ella en más de una ocasión.
No tengo intención de narrar sus desgracias, que fueron muchas, pero sí me gustaría ser creyente por un momento y poder gritar fuerte: “DIOS: NO ERES DIGNO DE QUE MI HERMANO LLEVASE TU NOMBRE, si..., como predicas, eres todo bondad, benevolencia, ternura, generosidad, y además eres todo-poderoso… ¿en qué has empleado tu poder?, ¿en ensañarte con mi hermano?... No eres justo, para mí no eres nada”.