Mi casa tiene lo que antes era una cuadra para cabras, allí tengo un banco y mis herramientas, de vez en cuando me distraigo allí metido y en ocasiones levanto la vista y veo colgados de una viga un par de muñecos, pero es uno de ellos el que me llama más la atención. Es ese muñeco arlequinado, viejo, sucio, polvoriento y a pesar de todo siempre con su impasible sonrisa, quizás porque lo que me recuerda es motivo de alegría y él parece saberlo bien, siempre me he resistido a deshacerme de ese viejo amigo.
Ese pequeño payasote es el primer juguete que compré para mi primogénita, María, me recuerda el día que fui padre por primera vez. Fue al día siguiente de nacer cuando me dirigía al hospital a ver a mi mujer y a mi hija, me paré frente a un escaparate, lo vi y me dije “este será el primer juguete de mi niña”, y así lo hice, apenas abría los ojos y ya dormía con su primer regalito.
Ya de mayor le gustan más las brujas que los payasos, pero eso es otra historia.
Como es lógico después de este juguete ha tenido muchos otros, los padres siempre hemos querido lo mejor para nuestros hijos, y si hemos podido les hemos regalado la novedad que ese año se anunciaba, y además por partida doble ya que lo mismo se compraba para María como para su hermana África. Recuerdo especialmente un muñeco que se tragaba las galletas y unas cunas de madera que les hice y más tarde las regalamos no recuerdo a quien, pero sí recuerdo que tuve que hacer unas pocas de esas cunas para gente que las había visto y les gustaron, incluso hice alguna para su colegio. Lo que también he hecho mucho son los caballitos de madera.
Estoy convencido que el primer caballito de madera que se hizo en Lucena fue el que le hice a mi María, al menos no tengo conocimiento de que nadie lo hubiese hecho antes, después si se han hecho y se han comercializado muchos. Se acercaba el día de Reyes, yo trabajaba en una carpintería en la carretera de Rute a unos dos o tres kilómetros de mi casa, estaba de vacaciones de Navidad, no recuerdo donde vi un caballito de madera pero con ruedas y me dije que tenía que hacerle uno de balancín a mi niña que entonces tenía apenas ocho meses.
Durante varios días mi tarea era la de coger a mi niña en su cochecito y empujándole dirigirme al taller, dejarla un momento en la puerta mientras yo saltaba por la tapia y abría por dentro, con la compañía de la niña y utilizando los restos del taller fui confeccionando poco a poco el primer juguete que tendría mi hija hecho por su padre. Os puedo asegurar que a su corta edad se balanceaba como una autentica amazona.
Como es lógico ese caballito ya está viejo y estropeado, ha perdido las crines y la cola que se las puse de cuerda blanca. Pero algún día lo restauraré y veré a mi nieto, o nieta, paseándose en él, pero para contar esa historia aun falta mucho tiempo. ¿o no?
Hasta la próxima queridos míos.